18 diciembre 2005

FINAL: Fragmentos del libro SUPERHÉROES Y FILOSOFÍA. MARK WAID habla sobre SUPERMAN y su LEGADO.

LA VERDAD SOBRE SUPERMAN: Y SOBRE EL RESTO DE NOSOTROS TAMBIÉN (III)
La primera parte aquí
La segunda parte aquí


Por Mark Waid.

La Necesidad de Pertenecer.

El deseo básico de pertenencia es un aspecto fundamental de la naturaleza humana. Tal y como lo definió el psicólogo Abraham Maslow (1908-1970), nuestra necesidad de conectar con otros es de importancia capital para nuestro bienestar, con una prioridad solo superada por nuestras necesidades fisiológicas (que no tienen ninguna importancia virtual para Kal-El, cuya estructura celular se nutre no de comida sino de energía solar) y nuestra necesidad de vivir sin peligro (un instinto que también resultara ligeramente peregrino para un hombre que puede sobrevivir a un impacto nuclear directo). Es justo presuponer que, a pesar de su origen extraterrestre, Kal-El sentirá la misma necesidad básica de comunicación que compartimos todos los seres humanos a su alrededor; si no, más bien el no se molestaría en ser Clark Kent en absoluto y rápidamente podría elevarse para explorar los más grandiosos sistemas solares y galaxias más lejanas en lugar de trabajar de nueve a cinco en Metrópolis.

Partiendo de esta suposición, empecé a examinar ciertas teorías sobre como Kal-El podía conducir su necesidad de una comunidad, pero no fue hasta que leí un texto determinado en Internet de una autora llamada Marianne Williamson que todo se hizo cristalino para mí:

"Nuestro miedo más profundo no es el ser inadecuados. Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos más allá de toda medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que más nos asusta. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, genial, talentoso, fabuloso? Y en verdad, ¿quién eres para no serlo? Eres un hijo de Dios. Fingir ser pequeño no le sirve al mundo. No hay nada iluminado en encogernos para que otros no se sientan inseguros a tu lado. Todos estamos hechos para brillar, como lo hacen los niños. Nacimos para manifestar la gloria de Dios que está dentro de nosotros. No sólo en alguno de nosotros, sino en todos nosotros. Y al dejar que nuestra luz brille, inconscientemente le damos permiso a otras personas para que hagan lo mismo. Al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a otros.[ii]

¿Cómo conecta Kal-El con el mundo que lo rodea? No dándole la espalda a su herencia alienígena, aunque esa fuera su intención mientras crecía en un pequeño pueblo. No, definitivamente él conecta abrazando su legado –creando como adulto una nueva identidad para si mismo que es tan kryptoniana como Clark Kent es humano. Kal-El sabe instintivamente que no está solo cuando usa sus dones porque se siente realmente vivo y comprometido. Sólo desarrollando todo su potencial, en vez de esconderlo en la marginalidad detrás de un par de gafas falsas, puede participar finalmente del mundo cercano a él. Sólo siendo abiertamente kryptoniano puede ser también un terrícola con exhuberancia y excelencia. Cuando él vive quien él es realmente, con plena autenticidad de su naturaleza y sus dones, y entonces aporta su fuerza distintiva para el servicio a los demás, ocupa su lugar correcto en una gran comunidad a la cual pertenece plenamente y puede sentirse realizado. No es coincidencia que, cuando el filósofo Aristóteles (384-322 AC) quiso entender las raíces de la felicidad, empezara a explorar lo que se requiere para vivir una vida con excelencia. Superman, a su modo particular, descubrió la misma conexión.

Se me ocurrió al empezar a formular Superman: Legado que Kal-El debería tener sólo una familiaridad efímera con sus orígenes, pero que eso sería suficiente. Había dos artefactos que sus padres biológicos le cedieron, escoltándole ambos en su viaje a la Tierra. El primero es un tipo de “e-book” kryptoniano –una tabla electrónica que contiene la historia de Krypton en ilustraciones como si de un cómic se tratase, y, aunque acompañadas de un lenguaje que es desconocido para él, Kal-El visualizaría gracias a estas pinturas que la suya era una raza de aventureros y exploradores ansiosos de plantar su pancarta para marcar la victoria de su supervivencia. Sus antepasados biológicos eran gente de triunfos y grandes obras. El segundo artefacto que poseía era una pancarta en sí misma: una bandera roja y azul en cuyo centro había un símbolo que, si los kryptonianos hubiesen hablado una lengua de la tierra, podría haber significado una similitud con nuestra letra “S” más allá de una simple coincidencia. Una bandera siempre es signo de un sentido de distinción, consecución de unas metas y orgullo. Lo une con cualquier individuo que la abrazase en el pasado y a un pueblo, mientras que al mismo tiempo lo prepara para su vida en el presente y para su odisea hacia la esperanza de un futuro significativo con un sentido de tradición, dirección y valor.

Basando su propio diseño en aquello que conoció sobre las tendencias de moda históricas de su “tribu” kryptoniana, Kal-El usa esa bandera y crea una colorida prenda que recordaría a sus imágenes y aún sería único por sí mismo, un uniforme con capa que celebraría orgulloso y honraría a su raza. Entonces, vistiéndolo, toma el cielo audazmente y sin vergüenza, usando sus poderes para salvar vidas y mantener la paz. Fue durante su primera aparición pública que una compañera periodista llamada Lois Lane decidió que el símbolo que engalanaba el busto de este héroe significase “Superman”, y así el nombre permaneció, como lo hizo su misión.

La Gran Paradoja.

Rápidamente vino a mí la paradoja resultante. Superman había sido desde su creación un ejemplo brillante de la virtud del heroísmo desinteresado para lectores de todo el mundo –pero él había conseguido esto actuando por su propio interés. Sí, Superman ayuda a todos aquellos en dificultad porque tiene un alto sentido de la obligación moral, y sí, lo hace porque es su instinto natural y porque su educación como granjero le conduce hacia estos actos de moralidad –pero junto con éste genuino altruismo viaja una saludable cantidad de conciencia y una sorprendentemente envidiable habilidad por su parte para equilibrar sus propias necesidades internas con su necesidad de otras personas en un camino que beneficia en su mayor parte a todo el mundo. Ayudando a los demás Superman se ayuda a sí mismo. Ayudándose a sí mismo, ayuda a los demás. Cuando él acude en ayuda de otra gente, ejercita sus distintivos poderes y cumple con su auténtico destino. Eso, por supuesto, le beneficia. Cuando abraza su historia y su naturaleza y se lanza a ejecutar el conjunto de actividades que más le realizan y le satisfacen, está ayudando a otros. No hay una elección exclusiva y enmascarada entre la necesidad del individuo y el bien común de una comunidad. No hay contradicción aquí entre el uno y la sociedad. Pero es un poco paradójico de un modo muy inspirador. Superman acoge plenamente su propia naturaleza y su destino, y el resultado es que muchos otros se sentirán mejor también.

Este hombre realmente tiene una identidad secreta y es una tan inteligente que fue capaz de engañarme cuando era un niño y sin embargo, no creo que esto me detenga para exponer lo siguiente. Superman personifica en verdad el individuo auténtico aceptando quien es él desde sus entrañas, celebrando su verdadera naturaleza, y usando todos sus poderes para el bien de otros y a la vez el suyo propio.

Habiendo quedado atrás el tiempo en que creí que no tenía nada que aprender de un simple héroe de mi juventud, Superman permanece revelado a mí como un instrumento a través del cual puedo examinar la balanza de mi altruismo y de mi egoísmo en mi propia vida, lo que constituye una lección tan primordial como aquellas que me enseñó hace años. La suya es verdaderamente una batalla sin fin.



[ii] Marianne Williamson, A Return to Love: Reflections on the Principles of A Course in Miracles (New York: Harper Collins, 1992).

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